14 nov 2008

La ingrata tarea de ir a pagar los impuestos

A pedido de mi amiga Vicky, que comparte conmigo la grata, y a veces no tanto, experiencia de vivir solas va este post de los impuestos...

¿Cómo no disfruté más de los 17 años en los que ni conocía la existencia de las colas para pagar cosas? Con decirles que ni siquiera me acuerdo de haber acompañado a mi papá al banco a pagar algo. Mi única relación con las facturas era meterlas en el cajón de la mesa que hay a la entrada de casa, o como mucho llevarlas a la mesa ratona del living. Cuando me fui a vivir con mis hermanos no sufrí tanto, porque al ser tres nos dividíamos lo que había que pagar. Mi responsabilidad eran las expensas y no recuerdo que más, eran tan poco que hasta lo disfrutaba porque implicaba tener una responsabilidad. Y claro está que al no trabajar los horarios de 10 a 15 del banco, o el del pago fácil que es hasta las 18, no significaba nada para mí. Ya viviendo sola el pago de impuestos empezó a ser una actividad que detestaba mucho, pero mucho, porque eran muchas facturas a pagar por toda la ciudad: las expensas en un lugar (Banco Superville, que sabrán no hay por toda la ciudad), el alquiler en SAN TELMO (mientras cursé me quedaba de paso de la facultad, pero ahora estoy como a 30 cuadras desde mi casa y a 50 desde mi trabajo), y lo demás bueno por suerte en pago fácil. Desde que empecé a trabajar se tornó una complicación el pago de servicios y con la coordinación de los horarios, tuve que optar por pagar todo por débito: ¡que suerte que el cajero no tiene horario!
Aprovecho para agradecer a mi hermano, a Micaela, y a mi prima Lele, por las veces que me dieron una mano y me pagaron algo.

Lujis

3 nov 2008

El placer de no atender teléfono, celular o portero

Hay va una de las dichas de vivir sola…

A pesar de ser muy pero muy charlatana, y la mayoría de las veces mi hobbie sea más hablar por teléfono que escuchar música, no siempre tengo ganas de hacerlo. Creo que lo que me sucede es que tengo egoísmo comunicacional (definición que acabo de inventar): me gusta hablar cuando yo siento la necesidad o las ganas de hacerlo, pero no siempre me sucede en el mismo momento que al resto. A veces pienso que lo que me pasa es que me sobresalta el sonido de los teléfonos sonando. Por eso para mí es una bendición que los celular puedan estar en silencio o vibrador y que el inalámbrico tenga la hermosa teclita OFF, así esos sonidos no perturban mi tranquilidad. Por supuesto que el portero no es una excepción, creo que me molesta también por su sonido, pero mi tranquilidad recae en tener camarita y siempre saber quién vino. De todas maneras admito que muchas veces si estoy en plena siesta, y no espero a nadie, no sólo no atiendo sino que tampoco miro la camarita.
El problema es que cuando uno convive con alguien sea pareja, amigos, hermanos o padres: el “lujo de no atender”, no es posible. Podés arriesgarte a hacerlo, pero tenés que saber que obviar una llamada importante para otro tiene consecuencias. Probablemente recaigan sobre vos reclamos en forma de catarata.

Hasta la próxima

Luji