Cuando era chica y vivía con mis papás en Viedma, mi mamá los sábados hacía una gran limpieza…yo me iba con mi papá a la ronda de visitas: mis padrinos, los Bellosos, Pegote, su ahijada, etc… y mi mamá se quedaba limpiando, actividad que bautizamos “la ley y el orden” (título que mucho tiempo después fue de una serie estadounidense). La historia es que yo huía y no entendía el afán de mi mamá por limpiar.
Los años pasaron y me vine a Buenos Aires a vivir con mis hermanos, y me trasformé un poco en mi mamá: algo que pensé que nunca me iba a pasar. Impuse la orden de turnarnos para lavar los platos, y en la medida de lo posible implementé turnos para cocinar (yo apenas cocinaba, pero compensaba poniendo la mesa o haciendo las compras). Para la limpieza nos íbamos turnando los sectores. El problema era que al terminar de limpiar yo deseaba que esa pulcritud durara el mayor tiempo posible, pero cuando se vive con dos personas más en un departamento chico… es una misión imposible. Y acá viene una de las mejor vivencias que experimenté viviendo sola. Limpiar se transformó en una actividad, de sábados o domingos, que disfruto más que por realizarla en sí, por su resultado: ver limpio el departamento. Es glorioso terminar y verlo relucir, saber que voy a cuidar el orden y la limpieza para que esa placentera sensación (de ver cada cosa en su lugar, y cada recoveco brillante) “como para comer en el piso del baño”, diría mi abuela. Y lo más maravilloso es que el departamento va a permanecer así por más de una semana, porque… vivo SOLA y sólo yo soy la responsable de mantenerlo.
Besoss
Luji
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